La ruta por Madagascar nos lleva a la zona de las Tierras Altas de nuevo para subirnos a un tren, que fue tan especial para nosotros, que decidimos hacer un corto sobre él y presentarlo en el I Concurso de cortos de viajes que se realizó dentro del I Festival de cine de viaje de las Jornadas de los grandes viajes que se celebran anualmente y son un encuentro de referencia para viajeros del país.
Tuvimos la gran suerte de estar entre los 3 finalistas y llevarnos finalmente el premio del público en el festival que se celebró en Madrid.
Por este motivo hemos querido hacer una entrada diferente donde continuando con nuestra ruta por Madagascar puedas ver lo que vivimos y tengas los datos prácticos pero de otra manera.
El Tren de la Selva de Madagascar
Su ruta por Madagascar le trajo hasta las Tierras Altas, concretamente hasta Fianarantsoa, una ciudad caótica por donde pasan las vías de un tren. Se pregunta que hacen allí esas vías pues no a visto trenes de pasajeros en todo el país, aunque lo que más curiosidad le causa es hacía donde se dirigirá ese tren.
No tiene una ruta marcada por lo que se deja llevar y se propone subir al tren, el llamado «Tren de la Selva«. En la ciudad todo el mundo conoce de su existencia. Es como una atracción para locales y turistas, todos esperan su paso cada martes y sábado, únicos días en los que el tren cruza el corredor del este para dirigirse hacia el Océano Índico.
Llega el esperado día y amanece muy temprano para ella en Fianarantsoa. Es puntual, no quiere llegar tarde a su cita y a las 07:00h se encuentra en la puerta de la estación para comprar su billete.
Se sitúa en la cola. Encima de la ventanilla un cartel con tantos años como aquella estación indica los impronunciables nombres de las paradas por las que tendrá que pasar y sin muchas explicaciones por parte de la vendedora obtiene su boleto, su pase a un viaje interminable sin horarios marcados, aunque eso ella, todavía no lo sabe.
En el andén, se resguarda de la lluvia que enmarca lo que para ella parece una estampa de otra época. Un tren destartalado y lleno de cicatrices producidas por el paso del tiempo, donde cada vagón es diferente y narran el lugar que han ocupado en la historia.
Antes de subir observa como los pasajeros de primera y segunda clase se entremezclan por el andén subiendo y bajando de los vagones, curioseando entre la carga y amontonándose antes de entrar. Las maletas entran y salen por puertas y ventanas, reflejo claro de como es el país, desorganizado pero con carácter. Poco a poco va conociendo el sistema aunque no deja de sorprenderle.
El sonido del silbato indica que es hora de partir y pese a la fama malgache y su «mora-mora» (despacio, despacio) sale bastante puntual 7:30h de la mañana, así que coge su mochila y sube a bordo del tren.
El vagón de turistas mantiene el toque colonial, sin grandes comodidades, las justas más bien diría, pero a ella le parecen perfectas. Unos asientos sencillos pero cómodos. Los cuadros con fotos antiguas rodean el vagón y los minúsculos portaequipajes de hierro forjado, los cuales no están pensados para grandes maletas, denotan un estilo señorial.
Se sitúa en el lado derecho del vagón, en el asiento que le ha tocado al comprar su billete por 25.000 Ariarys, unos 6,78€, justo al lado del gran ventanal y aunque ha leído que el mejor lado es el izquierdo, pues dicen que hay mejores vistas, no le importa, no pretende quedarse dentro del vagón todo el trayecto.
El tren se pone en marcha dejando atrás la estación y abriéndose paso entre la niebla de primera hora de la mañana, una estampa típica de estas tierras. Es como un lento despertar de la ciudad. Sale de esta, rozando las casas que bordean las vías, donde sus gentes ya han empezado su día en las calles. Los hombres transportan sacos de carbón, los niños van al colegio en grupos y las mujeres llevan sus cestos en la cabeza y cargan a sus bebes en la espalda, de una manera habilidosa.
Para ella esto no es motivo de asombro, lo lleva viendo durante todo su paso por Madagascar, aunque reconoce que nunca le sobra tiempo para observar los detalles de las telas de las mujeres o las manos castigadas de los hombres y mucho menos para la sonrisa de los niños.
Dejando atrás la ciudad el camino empieza a dibujarse atravesando interminables campos de arroz y pequeñas aldeas humeantes. Es el momento en el que el tren se adentra poco a poco en las montañas, atravesando la niebla y rodeándose de una tupida selva tropical donde las palmeras desmelenadas cubren las laderas.
Su cámara se ha puesto en marcha y su asiento se encuentra vacío. Ha encontrado un nuevo lugar donde observar el exterior, entre vagón y vagón, quizás el mejor lugar para descubrir olores en el camino y sentir el viento en la cara.
Por momentos se abren cortinas por donde puede observar valles verdes, ríos que enmarcan la escena y cascadas que brotan de montañas.
Probablemente de las 100 fotos que saque le queden bien 30 porque, aunque el movimiento del tren sea muy, muy lento, es a la vez brusco para una cámara enamorada de la selva que quiere captar hasta el más insignificante detalle como las diferentes tonalidades de verdes en las montañas, los bananeros y su peculiar manera de dar fruta que tanto llama su atención y entre otras mil cosas más, las enormes hojas de las palmeras viajeras que saludan al paso del tren.
Se da cuenta que la esencia de ese paisaje no puede reflejarse en su querida cámara, por lo que opta por sacar la última foto, bueno la última que cree ella, porque en unos metros se volverá abrir otra cortina con otro de los valles verdes. Imposible no querer fotografiarlo!
Aunque el paisaje es el denominador de este viaje en tren, no es por este motivo por el que se ha subido a él. Quizás, en un primero momento si lo fue, pero estando en él se da cuenta que no. Es como un viaje, lo planeas porque quieres visitar lugares, ver paisajes, pero en realidad, la gente es la que le da sentido.
El tren está lleno de historias, lleno de vida y de incontables paradas donde esa vida se multiplica. Esas paradas hacen que el trayecto no se le haga nada pesado, después de una siempre hay otra y la espera se hace corta entre esas vistas.
Reconoce cuando está apunto de llegar a una de ellas, pues de los alrededores de las vías empiezan aparecer niños corriendo junto al tren.
Por fin llega el esperado momento. Otra estación más donde la bienvenida se repite. Estallido de alimentos a su alrededor, de olores y sabores que no pone frenos a probar. Las tonalidades de colores que ella conocía se han ampliado tanto que le cuesta encasillar algunos de ellos.
Los andenes son invadidos por una marea de mujeres vendiendo comida local, donde se las ingenian para ofrecer el mayor número de productos posibles.
Desde dulces a salados, desde frescos a “recocinados”. Un mercado a su alcance para conocer mejor como son los malgaches, qué cultivan y en qué es rico el país.
Los olores de canela y vainilla la llevan de una mujer a otra como si del flautista de Hamelín se tratara.
Son respetuosas y amables con ella como quizás no esperaba y en ocasiones se produce una conexión inmediata cuanto los ojos se cruzan. Le gustaría conocer la historia de sus vidas, de cada una de ellas, algo impensable aunque no inimaginable.
Los niños dibujan el fondo del cuadro. Están por todos lados, dentro del tren, subiendo y bajando y por los alrededores. La mayoría juegan, esperan la llegada del tren para dar rienda suelta a nuevos juegos que les enseñan los turistas. Son curiosos, los más pequeños normalmente más cautos, aunque siempre hay el atrevido del grupo.
Otros aprovechan su sonrisa para vender bebidas, qué manera más tentadora. En una primera toma de contacto piensa que posiblemente esos niños se tomen eso como un juego, pero y ¿Si no estuvieran ahí, estarían en la escuela? ¿Posiblemente sea un obstáculo para su educación? ¿Y si aparte sea un medio de sustentar económicamente a sus familias? ¿Demasiada responsabilidad para una cosa tan pequeña no?
Se hace mil y una preguntas, de algunas conocerá las respuesta en el mismo trayecto, de otras quizás con el tiempo.
La duración de cada parada viene marcada por la cantidad de fardos que haya que subir o bajar del tren y por la cantidades de vagones que haya que quitar o poner. Se entremezcla el carbón, los plátanos y las gallinas entre artesanía de rafia y maletas y se crea un orden caótico imposible de descifrar.
El silbato marca cuando es hora de partir de nuevo en cada estación. En ese justo momento decenas de manos se alzan para despedirla y las sonrisas acompañan los primeros metros de recorrido del tren. Siente que una parte de ella se va quedando en cada estación, en cada poblado y con cada una de las personas con las que ha intercambiado algo.
Una vez dentro del vagón de nuevo a su lado se sienta un hombre mayor cargado con el mismo grado de hospitalidad que de ganas de conversar. Tras la larga charla le apunta la dirección y le abre las puertas de su casa en Antananarivo, capital del país. Esa hospitalidad le abruma, no sabe como enfrentarse a ella y aunque es algo que lo lleva recibiendo durante todo su viaje no sabe como se paga tanta confianza, eso es justo lo que le trasmiten, confianza.
Las más de 15 horas que lleva en el tren la han acercado más al pueblo y a sus gentes. Se siente afortunada por lo que ha recibido, cientos de sonrisas, charlas, paisajes y entender un poco más una cultura que para ella era casi desconocida.
Aunque no todo ha sido bonito, ni cómodo, incluso en momentos se le ha roto el corazón, el viaje la ha cambiado, aunque en este preciso momento no sea consciente. Ha dejado marcas en su memoria, en su conciencia y sobretodo en su corazón.
Este viaje es una pura coctelera de sentimientos, donde cada tramo cuenta algo distinto, donde hay mucho por observar, por entender y por sentir.
Quizás sea la magia del viaje. Aunque ella esta segura… que es la magia del lugar.
Como la comenté ya había leído esta entrada (antes que los propios escritores, manda.. :)) Sobra deciros que me encantó el vídeo en su día y el relato. Me apetece mucho seguir viendo vídeos de este tipo en vuestros viajes también, aunque con los Vblogs nos lo pasamos teta los domingos por la mañana 🙂 un beso pareja, sois muy grandes
Muchas gracias crack!! Lo que hace programar mal una publicación y estar de viaje…a todo no se puede!!! jejeje La verdad que nosotros nos decantamos más por este tipo de post y vídeos, molan mucho más editarlos y escribirlos, así que poco a poco iremos haciendo más a ver como funcionan ;)Un abrazo
Mira que me cuesta ver vídeos pero la verdad que Tanto la música, como la voz como las imágenes me han parecido muy TOP.
Enhorabuena. Ya tenían que ser buenos los dos primeros porqué este me ha molado y viniendo de mí como dije es que tiene que estar muy muy bien jaja.
Sigo sacando información de vuestro viaje 😛
Ty
Hola!!!
Pues entonces nos alegra tenerte por aquí sabiendo que eres tan exigente con los vídeos. Nos alegramos que te haya gustado y agradecemos mucho tus palabras!
Si necesitas cualquier cosa sobre el viaje a Madagascar, aquí estamos!
Un abrazo
Vuestro vídeo me ha emocionado. Esta lleno de matices que van directamente al corazón. Estoy segura que cuando suba a ese tren os recordaré. Gracias por hacerme sentir.
Hola Katy!
Gracias a ti por tu mensaje, de verdad!! Nosotros lo hicimos con todo el cariño y porque para nosotros fue especial.
Esperamos que para ti también lo sea!
Un abrazo
Hola! Precioso el vídeo… tanto que desde lo que vimos se ha convertido en una de nuestras paradas en nuestro viaje a Madagascar.
Tengo algunas dudas a la hora de planificar (queremos ver mucho y no disponemos de mucho tiempo)
El trayecto son 15 horas ida y vuelta?
Queremos hacerlo y estamos planificando para después ir hacia Morondava.
Muchas gracias
Hola Ana! Muchas gracias! La verdad es que lo queríamos contar tal y como lo sentimos y de una manera especial. A nosotros nos tardó unas 17 horas solo de ida. La vuelta fue al día siguiente en taxi-brousse desde Manakara hasta Fianarantsoa. Es un trayecto que sales, sabes más o menos cuánto tardas pero no sabes cuándo se llega porque en cada parada hay un ajetreo constante de subidas y bajadas de fardos, gente vendiendo de todo… Y pueden tardar estas paradas como en nuestro caso desde 15 minutos hasta 2 horas más o menos. Eso sí es una experiencia que a nosotros nos encantó. Lo mejor es ir sin prisas aquí. Esperamos que os vaya genial el viaje! Un abrazo!