Oradour-sur-Glane, el día que todo cambió

La luz de la mañana entraba por la ventana y el canto de los ruiseñores se escuchaba junto con su revoloteo en la lumbrera.

Mamá preparaba el desayuno abajo, lo sabía por el olor de pan tostado. Me levanté de un salto y me dispuse a bajar de mi habitación, y al salir de la puerta, me encontré con mi hermana Émilie. Nos miramos unos segundos fijamente y empezamos una carrera por el pasillo para ver quien llegaba abajo primero.

Mi padre, como cada sábado, había ido a buscar tabaco al mercado. Siempre iba con el señor Gabriel a comprarlo, para duespués hacer la partida de dominó con los españoles que tan bien jugaban.

Mi madre había preparado unas tostadas con un poco de leche y unas pastitas de Limoges que mi abuela traía siempre que podía cuando bajaba en tranvía a ver a mi tía que vivía en la ciudad.

Estaba dando el último sorbo de a mi tazón de leche cuando vi a Léonard y a los demás chicos asomarse por la ventana de la cocina. Mi madre estaba de espaldas, cogí dos pastelitos y con la tostada en la boca salí disparado hacia la puerta y corrimos calle abajo mientras mi madre me recordaba desde el ventanal que hoy tocaba examen médico en la escuela.

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Corríamos y corríamos, y conforme bajábamos, se unieron a nosotros Claude y su primo Pierre. Más abajo la señora Sandrine barría el portal y su marido, el señor Gustave, con su tupido mostacho, nos miraba con su semblante serio y nos guiñaba el ojo mientras fumaba de su pipa. Dos ciclistas nos adelantaron.

Lucien cargaba el pan para repartir y Sidonie arreglaba las flores de la ventana. Fabrice parecía que la había vuelto a liar con sus travesuras pues su madre le estaba tirando de las orejas, aquello nos provocó unas carcajadas. Nos encontramos a Jerôme que iba en silla de ruedas en dirección a la escuela con su hermano menor Sebástien.

-Hay revisión en las escuelas! – Nos gritaron -.

Pero nosotros continuamos corriendo hasta llegar con los demás chicos que esperaban más abajo con la pelota de trapo. Faltaba Fréderic que vivía en una granja a las afueras.

Lo esperamos a la sombra pues era principios de Julio y ya empezaba a hacer calor.

No pasaron ni cinco minutos cuando llegó Fréderic corriendo como siempre. Nos dijo que, mientras iba por el camino que atraviesa los campos de trigo, a lo lejos, había visto detenerse a un montón de motos y algunos camiones de soldados de esos que hablaban raro. No le dimos importancia y nos pusimos a jugar.

Ninguno habíamos caído en ir a la revisión del colegio, bueno mejor dicho, preferíamos ir a jugar en el campo que ir a las escuelas a la inspección del señor Alaric con su aliento a ajo. Jugamos hasta bien pasado el mediodía, pero ahora tocaba la peor de las partes: cuando volvías a casa y tu madre te esperaba en la puerta con las manos en jarrita.

Nos despedimos y cada uno se fue para casa. Yo subía con Léonard silbando por la calle, sus padres, se habían marchado hace un tiempo a Angulême porque eran de la resistencia francesa o algo así y su abuela y sus hermanos cuidaban de él. A la altura de la iglesia la señora Amandine, su abuela, lo agarró por el brazo y lo empezó a regañar por lo que habíamos hecho y a mí me dijo que fuera para casa que mi madre también tendría cosas que decirme.

Y así fue, al girar la calle allí estaba mi madre a la sombra del portal de la entrada, mientras Emilie y Clémence, la hija de la vecina, se reían de mí qué mal me caía Clémence.

Cuando me restaban escasos metros para llegar a casa y mi madre tomaba aliento para empezar a regañarme, mi padre apareció corriendo con el señor Gustave y algunos señores más que pasaron de largo corriendo y nos dijo que nos metiéramos rápido en casa.

– Rápido a dentro! Clémence ve a casa! – dijo mi padre. – Alemanes! Los alemanes están entrando al pueblo!

Nos sentamos en la cocina todos en silencio. Mi padre estaba detrás de la puerta, mi madre nos cogía de las manos a mí y a Emilie. Se empezaron a escuchar el sonido de vehículos y vimos pasar motocicletas por la ventana.

Un vehículo se detuvo a pocos metros de nuestra puerta y oímos como se bajaban varias personas que gritaban cosas raras. Mi abuela se santiguaba mientras rezaba y hacía girar entre los dedos bola a bola la cuerda de un rosario. La puerta de la casa de Clémence sonó fuertemente acompañada de un grito desde fuera que no pude distinguir. Unos segundos más tarde otros fuertes golpes en el portón de nuestra casa.

Por la ventana apareció la silueta de un soldado alemán que se hizo sombra con las manos para ver a través del cristal y sonrió. Echó un paso atrás y con la culata de su fusil partió los cristales de la ventana y nos espetó con un francés muy raro:

Todos a la plaza del pueblo!

Seguían aporreabando la puerta con tal fuerza que casi saltaban las bisagras. Mi hermana lloraba y mi madre miraba a mi padre. Este, con los puños crispados y con semblante serio, miró a mi madre unos segundos y asintió con la cabeza.

Todos a la plaza del pueblo! – Repitió el soldado de la ventana.

La puerta seguía retumbando a golpes cuando mi padre la abrió y entró un soldado que parecía buscar a más gente y que fue hacia arriba. A fuera nos esperaban dos soldados alemanes, más el de la ventana. En todas las casas pasaba lo mismo y la gente empezaba salir.

Vi a Léonard que bajaba por la calle junto a sus hermanos mayores, Clémence salía llorando junto con su madre y sus hermanas. Todo el pueblo se tenía que reunir en la plaza del pueblo en lo que parecía un control de documentación según le comentó el padre de Clémence a mi papá.

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Al llegar a la plaza, ya todo pueblo entero parecía estar allí. Hasta los ciclistas que me había encontrado esta mañana se encontraban en la plaza. Al grito de uno de los soldados, hombres y mujeres empezaron a ser separados y todo se volvió como una marea de gente que se empujaba y se agarraba fuertemente.

Mi abuela cayó al suelo y mi madre y mi padre la ayudaron a ponerse en pie, era muy mayor. Fue en ese momento cuando nos separaron entre gritos y golpes de nuestro padre. Mi madre y mi hermana empezaron a llorar con los brazos extendidos inútilmente en dirección a mi padre que se lo llevaron casi a la rastra hasta que se lo tragó la multitud. Por lo que vi mientras nos separaban, los empezaban a dividir en grupos.

A mi madre a Émilie, a la abuela y a mí nos llevaron con el resto de mujeres y niños hacia la iglesia, entre empujones, tirones y más golpes nos encerraron dentro de la iglesia. Mi madre nos agarraba temblorosamente de la mano a mi hermana mientras nos decía que todo iría bien con la voz acongojada.

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Al llegar allí estaban casi todos mis amigos. Léonard estaba con su abuela y lloraba porque no sabía dónde estaban sus hermanos mayores. Fréderic estaba en los brazos de su madre, Clémence estaba con sus hermanas. Me miraba asustada y yo a ella. Jerôme preguntaba a su madre que qué pasaba. Sidonie se secaba las lágrimas con un pañuelo y la señora Amandine hablaba con mi abuela sobre una caja que había en medio de la iglesia.

– Eso es una bomba,- le dijo -.

Y acto seguido mi abuela le contestó:

-Por el amor de Dios! No digas esas cosas!.

No pasó mucho rato desde que nos encerraron cuando a lo lejos sonó una explosión que dio paso a un sonido de ametralladoras que llegaban de diferentes lugares. Todo el mundo lloraba y gritaba llamando a sus padres, hermanos, hijos y abuelos cuando una mecha ardió y corrió hacia la caja de dentro de la iglesia.

Un estruendo ensordecedor sacudió la iglesia levantando una cortina gris de humo. Todo se volvió gris, un gris que se empezó a iluminar con el color del fuego que llegaba arrojado desde las ventanas y a llamaradas desde fuera.

Mucha gente cayó al suelo y otra salió despedida en todas direcciones de la iglesia, entre ellas Clémence. Léonard yacía sobre el cuerpo de su abuela.

Era el caos. La gente corrió y se agolpó en la puerta de la sacristía echándola abajo, pero se encontraron de frente una ametralladora instalada en la puerta que abrió fuego contra ellos.

Ahora los sonidos de las metralletas se escuchaban por todos lados. Desde las ventanas de la iglesia también empezaron a dispararnos. Vi como caía Sidonie cuando intentaba saltar por una de las ventanas, a pocos metros la señora Sandrine era alcanzada por las balas mientras ayudaba a saltar a otra más joven por los ventanales de la iglesia. La silla de Jerôme era devorada por las llamas.

Vi como la señora Amandine la alcanzaban las llamas sosteniendo en brazos a Fréderic. Varias siluetas ardían delante de nosotros. No sabía dónde estaba mi abuela. Las llamas nos cercaban. Mi madre cayó al suelo. Émilie y yo nos abrazábamos entre sollozos. Y fue en ese momento cuando el fuego subió.

Toda esta historia es inventada pero perfectamente podría haber sucedido en aquél fatídico día en Oradour-sur-Glane.

La Matanza de Oradour-sur-Glane

El 10 de junio de 1944, la 3.ª Compañía del 1.ᵉʳ Batallón del Regimiento Der Führer, de la División SS Das Reich del Waffen-SS del III Reich, entraba en Oradour-sur-Glane un pueblo típico y tranquilo de la región de Limousin, de casas bajas, pequeñas tiendas, granjas, una iglesia del siglo XV, con el objetivo de que << corriera la sangre >>.

Fue un acto en represalia por la captura de un alto mando de las Waffen-SS, el Mayor Helmut Kämpfe por parte de la Resistencia Francesa. Y aunque esta información no constata de una ubicación certera, el asesino y despiadado oficial Adolf Otto Dieckmann de 30 años, señalando en el mapa el pueblo de Oradour, menciona: << esto demanda una implacable represión >>.

Otro cruento asesino, el oficial Otto Kahn y su subalterno Heinz Wartz responsables de numerosas matanzas en el frente de Bielorrusia, dirigirán las operaciones en el lugar. También se cuenta que el Oradour que buscaban era Oradour-sur-Vayres, a unos 30 kilómetros de allí. Lugar donde se creía que había un depósito de armas de la Résistance Française y donde podría estar secuestrado el alto mando nazi.

Estas atroces matanzas llevadas a cabo en el Frente Oriental, siempre se ejecutaban bajo un mismo patrón. Después de rodear el pueblo se llevaba a toda la gente a la una plaza donde se separaban hombres de mujeres y niños.

A los hombres se los ejecutaba allí mismo o eran llevados a graneros para ser fusilados y encerraban a las mujeres y niños en una iglesia, en un cobertizo o granero a las que ametrallaban antes de prenderle fuego. Después incendiaban el pueblo entero. De esta manera las SS arrasaron un pueblo cada 2 días durante casi dos años de ocupación alemana, sumando un total de 628 pueblos arrasados con toda su población aniquilada, parte de esta quemada viva.

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Así se actuó en Oradour-sur-Glane. Esta masacre se cobró la vida de 190 hombres fusilados, 245 mujeres y 205 niños ametrallados y quemados en la iglesia sumando un total de 642 personas, entre los cuales se encontraban 25 españoles que estaban en el exilio en este pequeño pueblo tras la Guerra Civil Española.

En Francia se ha homenajeado en diferentes ocasiones a las víctimas de la barbarie ocurrida en este pueblo y desde De Gaulle a Hollande, por el pueblo han pasado todos los presidentes. De hecho, Oradour-sur-Glane, permanece de la misma manera en la que se quedó después de que se apagara la última llama de aquél fatídico 10 de junio de 1944 y fue declarado Lugar de Memoria por la República Francesa.

En cambio ningún presidente de la democracia española ha visitado el lugar. El único reconocimiento, el único homenaje a las víctimas españolas de la matanza de Oradour-sur-Glane, se produjo por parte el del Gobierno de la República en el exilio, que en 1945 puso una placa en el cementerio con los nombres de los 25 españoles que murieron en manos de los nazis aquél fatídico día.

Ya que nuestro país no se lo da, vamos darles nuestro pequeño homenaje a estas víctimas. La información está extraída del Diario Público que a su vez fue facilitada por el Foro por la Memoria de Guadalajara.

  • La familia Gil Espinosa: Francisco Gil Egea era el padre, de unos 50 años, su mujer Francisca Espinosa de 49, una familiar Carmen Espinosa Juanos de 30, y las niñas Francisca y Pilar Gil Espinosa de 14 años las dos, todos de Alcañiz.
  • La familia Lorente Pardo: Antonia Pardo de 29 años, Nuria Lorente Pardo de 9 añitos y Francisco Lorente Pardo de 11, que eran de Barcelona.
  • De Sabadell, dos niñas que habían perdido a sus padres y que estaban acogidas por famílias españolas; Emilia y Angelina Masachs, de 11 y 8 años respectivamente.
  • La familia Serrano Pardo: El profesor José Serrano Robles padre a los 29 años que estaba exiliado en Oradour junto su esposa María Pardo y sus tres hijas ya nacidas en en Francia; Armonía Serrano Pardo de 3 años y dos niñas gemelas; Paquita y Esther Serrano Pardo de apenas 1 añito de edad.
  • La familia Téllez Domínguez: de Barcelona aunque originario de Zaragoza, el padre, Domingo Téllez de 45 años. Su esposa María Domínguez de 31 años y sus hijos tres hijos: Miguel de11 años, Armonía de 8 y el pequeño Liberto, nacido en Oradour, de dos años de edad.
  • Carmen Silva, de 39 años, originaria de Bilbao estaba casada con el francés Robert Pinede y también vivían en Oradour, cuando por esas calles bajaron.

En memoria de todos aquellos que perdieron la vida en aquel horroroso acto de crueldad inhumano. Que descansen en paz, que perduren para siempre en la memoria y sean las voces del futuro las que los sigan nombrando. Para que nunca caigan en el olvido

3 comentarios en “Oradour-sur-Glane, el día que todo cambió”

  1. Mi mujer y yo estuvimos visitando Oradour volviendo de un viaje a París. Al terminar la visita, nos costó salir de allí, no sabíamos cómo irnos, como despedirnos del pueblo. El resto del viaje de vuelta, apenas cruzamos palabra.
    La verdad es que fue muy deprimente imaginarnos cómo llegaron a sufrir niños, mujeres y hombres de Oradour.
    Rabia infinita y odio a los salvajes.

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